EL
MUNDO
13 febrero
2017
Lucas de la Cal
El negocio de los implantes de cabello en Estambul se ha disparado
en los últimos años. Este periodista de ZEN cuenta su experiencia.
Recuerdo
la cara de susto de mi madre cuando vino a buscarme al aeropuerto de Barajas
después de un fin de semana de turismo sanitario por Estambul. "Pareces
una mezcla entre Doraemon y Kiko
Rivera", dijo de broma, pero preocupada. Estuve una semana con los
mofletes, la nariz y el entrecejo hinchados como globos porque me había bajado
la anestesia local que me inyectaron en la cabeza. Ya me avisaron los doctores
que me pusieron pelo que me podía pasar si no me ponía la cinta de ninja apretando la frente. Al igual que el mar de costras
que me salieron cubriendo las heridas del injerto. Menos mal que era invierno y
tenía la excusa perfecta para llevar siempre un gorro puesto. Todo controlado
hasta que empezara a crecer el nuevo pelo turco. O eso pensé. Porque pocos días
después de regresar de Turquía me fui de viaje con los amigos del Erasmus a Florencia. No fue fácil explicar en italiano a
las chicas en las discotecas que no me podía quitar el gorro porque me había
ido a Estambul a ponerme pelo y si les enseñaba la cabeza se iban a asustar.
"¿Pero eso te va a funcionar seguro? No tiene buena pinta, suena muy
raro", me replicaban sorprendidas. "No lo sé, pero tengo 10 años de
garantía así que siempre puedo volver", decía buscando la gracia fácil -y
verdadera- porque no sabía la respuesta correcta.
Ahora
sí la sé.
No, no
me ha hecho falta volver. Justo un año después de ponerme 4.200 pelos en la
última planta del Hospital Medical Park de Estambul, creo que puedo decir eso
de que ya no seré calvo. "Qué buena melena tienes". Me he cansado de
escuchar la frase en los últimos meses. Sí, tengo el doble de pelo que hace un
año. El doble que ese mes de febrero de 2016 en el que viajé al barato edén de
los alopécicos para hacer un reportaje sobre el boom de los españoles que van
cada año a ponerse pelo a Turquía: más de 10.000 al año en 250 clínicas turcas
por un precio que ronda los 2.000 euros. En España está entre 8.000 y 15.000
euros. Complicado que compitan los centros capilares contra el nuevo negocio en
auge del llamado turismo sanitario subvencionado por el Gobierno de Erdogan -para atraer a turistas y quitar el miedo al
terrorismo- y con unos doctores con un salario mucho más bajo.
Aquí
viene la primera cuestión: ¿Injertos capilares 'low cost' es igual a menor calidad o peor tratamiento? El
principal inconveniente es el seguimiento postquirúrgico. A 3.500 kilómetros de
distancia no es lo mismo que en la clínica de tu ciudad. En España tenemos
muchos centros estéticos con prestigiosos profesionales que también te ayudan
con la financiación de los pagos. Más caro pero más seguro y cómodo. Es la
opinión en general.
Mi
seguimiento en Madrid me lo hizo el doctor Ángel Martín en la Clínica Menorca,
referente en España en Medicina Estética. En este centro de salud se han hecho
injertos numerosos personajes muy populares, entre ellos Rafa Nadal, con el que
se ha levantado un gran revuelo el último mes por su nuevo look.
"No podemos competir con los precios de Turquía. Aquí el salario de los
seis profesionales que intervienen en la operación y el coste del equipamiento necesario
puede ser hasta ocho veces superior, pero garantizamos una seguridad absoluta
con el seguimiento directo con los pacientes y las técnicas más
avanzadas", explica el doctor Martín.
La
supervisión del cabello durante este año desde el Hospital de Estambul me lo han hecho atentamente a través de email. Cada uno o dos
meses enviaba cuatro fotos desde diferentes ángulos de la progresión del
cabello. Y los doctores especialistas en microinjertos
que me cubrieron los espacios vacíos de la cabeza con pelo de la nuca, Levent Acar y Emrah
Cinik, me respondían enseguida con sus análisis y
recomendaciones. Pero con la distancia y la comunicación virtual aparece la
segunda cuestión: Si tienes algún problema grave con el nuevo pelo, ¿quién
asume responsabilidades y qué solución rápida hay?
A miles
de kilómetros obviamente no es lo mejor, pero hasta ahora, según Roberto Capomazza, ninguno de los 60.000 pacientes de todo el mundo
que se hacen los injertos cada año en la clínica turca han tenido que volver a
Estambul para revisar el proceso. Roberto es un italiano afincado en Tenerife
dueño de Microfue, la agencia de turismo sanitario
con la que contacté para el viaje. La puso en marcha hace tres años tras irse a
Estambul a ponerse pelo y volver con la idea de un negocio redondo que no ha
parado de crecer. Las cifras que maneja llaman la atención. "En 2016
recibimos 2.300 pacientes españoles, un 91% más que el año anterior. Y en lo
que va de año ya llevamos 200". El pack de viaje que ofrece incluye, además
del injerto, dos noches en un hotel de cinco estrellas, el traslado a la
clínica y un traductor.
Por eso
entiendo que todos los días, durante un año, haya recibido algún email de
alguno de los ocho millones de españoles que sufren calvicie, preguntándome si
realmente funciona esta nueva pasión turca. Por lo menos en mi caso -aquí están
las fotos que lo demuestran- algo ha funcionado. Y eso que dejé de tomar uno de
los fármacos que me mandaron, el finasteride, porque
una amiga médico me informó de que me podría producir disfunción eréctil a
largo plazo. En la era de la postverdad pequé de algo
que nunca se debe hacer en mi profesión y no contrasté la información.
"El
resultado ha sido muy bueno. La parte de la coronilla donde te sigue clareando
y tienes pelos más finos es, seguramente, por dejar de tomar el
medicamento", aseguraba esta semana el doctor Levent
Acar. En sus intervenciones capilares utiliza el
método 'FUE'. Te extraen los pelos, por ejemplo de la nuca, y te los injertan
uno a uno en la parte más necesitada de la cabeza. El proceso empieza rapando
al paciente y dibujando varias líneas sobre la cabeza y la nuca trazando
círculos para separar la zona donante de la trasplantada. Después te indican
los 'graft' (unidades foliculares que pueden contener
de uno a cinco pelos) que van a injertar. Ya en quirófano, tras la anestesia
local, los doctores y tres enfermeras se reparten el tiempo para extraer pelo
por pelo de la nuca con una micropinza de 0,8
milímetros, para después abrir los agujeros necesarios en la parte del cráneo e
introducir los pelos. Todo ello en ocho horas con un descanso entre medias de
30 minutos.
Así me
lo hicieron. Durante los primeros dos meses el nuevo pelo me creció unos
centímetros para volverse a caer rápidamente. Forma parte del proceso habitual
porque más adelante vuelven a salir más fuertes de raíz para ya quedarse. A
partir de los seis meses empecé a notar los buenos resultados. Ya no hace falta
hacer trampas y dejarme el pelo propio muy largo para tapar los espacios de la
cabeza. Las entradas están de sobra cubiertas.
Visto
por especialistas, estas son las apreciaciones, 12 meses después, de los
doctores de la Clínica Menorca: "Se detecta que al extraer los folículos
de la zona donante, la densidad de pelo ha quedado de una forma poco uniforme,
despoblando en demasía algunos cuadrantes. Este extremo lo que ha ocasionado es
que cuando el pelo está muy corto se note la falta de densidad en estas áreas,
provocando pequeñas zonas con densidad capilar baja. En un implante capilar es
muy importante realizar el diseño de su posterior implantación de manera
correcta para conseguir un aspecto natural del pelo. En este caso se detectan
algunas pequeñas asimetrías con falta de cabello en la coronilla".
Mi
nuevo pelo turco asimétrico lo cuido todos los días con un champú especial,
vitaminas diarias para el fortalecimiento de cabello y minoxidil
en gotas para desacelerar la calvicie. Y la semana que viene voy a empezar un
nuevo tratamiento de mesoterapia capilar, microinyecciones con una combinación
de aminoácidos, vitaminas y oligoelementos en el cuero cabelludo. Dicen que los
pinchazos duelen mucho, pero mientras no me vuelvan a tener que rapar el pelo
como hicieron en Turquía todo irá bien. La conclusión es buena. El pelo turco
es efectivo. Pero esta es sólo mi experiencia.
El antes y el después del injerto de pelo
En las
primeras fotos, en las que salgo rapado en blanco y negro, se aprecian las
miles de cicatrices en forma de diminutos puntos. Habían pasado pocos días
desde el injerto de pelo que me hice en Estambul. No duele, pero molesta y pica
muchísimo. Como si decenas de hormigas caminasen alborotadamente sobre la
cabeza. Aquí entra la primera norma de los doctores: "No te puedes rascar
nunca". Para eso, y para que se cure bien, me dieron un spray blanco que
me tenía que echar todos los días sobre las heridas. Cada mañana, 30 minutos
antes de ir a la ducha, lo usaba. Tras limpiar con agua fría la capa esponjosa
que dejaba el spray, masajeaba lentamente la zona donante y la trasplantada de
la cabeza con un champú especial para cabellos sensibles. Así casi todos los
días durante unos meses. La norma que sigo manteniendo es que, tras el
desayuno, tomo la mitad de dos pastillas para fortalecer el pelo que me ha
salido. Seis meses he tardado en empezar a notar los resultados. La parte de
las entradas las tengo bien cubiertas con mucho volumen y un pelo muy fuerte.
La zona de la coronilla aún me clarea un poco. He notado que he perdido algo de
densidad en el cabello. Seguramente es porque al hacerme un injerto capilar
teniendo todavía pelo por toda la cabeza, este último, el original, sigue su
curso de caída previsto.